domingo

TENIAS DIECISIETE AÑOS


Tenías diecisiete años, sólo eso, y entonces te parecía que nada malo podría ocurrirte, y que con el espectáculo de la vida debutando sin ensayos para mí, los trenes se deslizarían sin fatiga sobre las paralelas de las vías como las yemas de los dedos en la guitarra de mis canciones.

Pensabas que el hambre volvería pan el llanto de los mendigos y sólo la muerte tendría los días contados. Todo era entonces tan hermoso, chiquilla, y tan nuevo, que aún la mitad del humo desconocía cuál era exactamente su llama, y ni siquiera a los locos les habían caído penas en el olvido.

Todo era entonces tan suave, tan fértil, niña, tan acogedor y entrañable, que podría recorrer el fondo del mar pisando a oscuras con una campanilla de cera en una mano y una vela ardiendo con sus llamas de miel en la otra.

Tenías diecisiete años y todo aquello sucedió en un momento de mi vida en que lo malo que pudiese ocurrirme no sería en absoluto peor que encontrarme en la boca el sinsabor de ese punto ácido que te apaga la sed y, a la vez, te cierra los ojos.